Por Jeannette C. Tantaleán
Creo que dos de los dones más importantes en la vida son la amistad y el agradecimiento. A través del primero reconoces a aquellos que verdaderamente te aprecian y están contigo en buenos y en no tan buenos momentos. A través del segundo, por medio de un simple gracias, expresas y aceptas que muchas de las cosas buenas que tienes en la vida como la salud por ejemplo, se debe a lo que otras personas han hecho por ti.
Es por eso que dedico unas líneas a un gran médico, pero sobre todo a un ser humano excepcional, me refiero al Dr. Ramón Bocanegra Carrasco, reconocido no sólo por sus cualidades como médico internista a nivel nacional, por su vocación y entrega a la docencia universitaria sino también por su extrema sencillez.
Aunque no fue trujillano de nacimiento sí lo es por adopción, por vida familiar y desarrollo profesional. Qué suerte hemos tenido los trujillanos. Y qué afortunados los que han recibido sus enseñanzas en un aula universitaria o en un hospital.
Son incontables las promociones de la Facultad de Medicina de la UNT -de la cual fue Vicerrector Académico- que llevan su nombre o de las cuales es padrino.
La UNT le otorgó meses atrás la distinción en Primer Grado Simón Bolívar y la Primera Jornada Nacional de Investigación en Segunda Especialización de Medicina así como la Jornada Regional de Proyectos de Investigación en Residentado Médico llevaron su nombre.
Fue distinguido Miembro de la Academia Nacional de Medicina del Perú y de la Fundación Instituto Hipólito Unanue. ¿Qué trujillano no visitó su consultorio aquejado de alguna dolencia física? Hemos visitado su consultorio familias enteras y me atrevo a afirmar -sin temor a equivocarme- que él ha visto hasta a tres generaciones juntas.
Siempre amigo, cercano y humilde, con el diagnóstico acertado y la medicación precisa haciendo también visitas a domicilio cuando la gravedad del paciente lo ameritaba. Hace unos meses comentaba con una amiga que el Dr. Ramón Bocanegra, el querido “tío Ramón” para muchos de nosotros conocía tan bien a sus pacientes y los males que padecemos que la medicación la hacía inclusive vía telefónica, donde nos encontrásemos.
Por otro lado, jamás lo recuerdo cansado frente a la cantidad de personas que lo esperaban diariamente en su consultorio ni mucho menos interesado en lucrar con su profesión sino en entregar su vida -como lo ha hecho- al servicio de los demás.
Una vida fecunda en amigos, en éxitos, con una familia sólida que debe ser un modelo para otros profesionales de cualquier área porque siempre sirvió a la verdad y no tuvo un doble discurso ni moral ni personal. Un verdadero maestro que con su vida ejemplar y sencilla ha demostrado que lo que perdura en el tiempo son los valores y las buenas obras. Al final, eso es lo que importa. Gracias por todo querido maestro y amigo.
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